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A los toros con Stravinski
Jesús Silva-Herzog Márquez
Las memorias que Carlos Prieto acaba de publicar se presentan con un título que pone en evidencia la imbricación en el chelista del arte y la existencia. Mi vida musical, es el letrero sobrio con el que conocemos este libro que acaba de ser publicado por El Equilibrista. “Lo único mejor que la música es hablar de música” dijo García Márquez. Fue el encuentro con Prieto lo que le permitió reconocerlo.
“Desde muy niño, decía el novelista, tuve un interés natural por la música, pero no se me revelo como la pasión mayor de una vi da hasta la noche milagrosa en que descubrí el alma del chelo en las manos de Carlos Prieto. Fue una revelación que me contagió para siempre con los misterios de la música y la felicidad de un gran amigo.”
Prieto no solamente ha sido nuestro chelista eminente, es uno de nuestros grandes testigos y sugiero que se le incluya como uno de nuestros máximos diplomáticos. Así lo encuentro en estas memorias en las que se ha ofrecido como embajador que ha representado la cultura de México con altísima dignidad, como un atento observador del mundo que entrega reportes de lo que acontece en lugares remotos. El diplomático del Stradivarius Piatti proyecta un mensaje muy claro que hoy parece extraordinariamente pertinente. En la música escuchamos una alternativa al conflicto. Lo decia Edward Said en el mensaje que pronunció al aceptar el Premio Príncipe de Asturias. La música es el arte de la colaboración. Nadie compone una sinfonía para dejarla en el pentagrama. Nadie toca un instrumento para escucharse a si mismo. En la música radica la esperanza de concordia.
Sobre las otras posibilidades de título para este libro, la primera podría ser “A los toros con Stravinski” El libro de memorias podría tener ese episodio como gancho al lector desde la portada. Relataría en las primeras páginas la vieja relación de los Prieto con Stravinsky y aquella ocasión en que, estando en México, fue a la plaza de toros acompañado de Carlos y su hermano Juan Luis. Sería como las veces en que el compositor iba en Madrid a la plaza, guiado por un tal Picasso, Manuel de Falla y Nijinsky.
El otro título, podría tener mayor impacto en nuestro país. Sugeriría como título “El mariachi perdido de Shostakovich”. El libro podría coquetear de esta manera con la “autoficción.” Relataría, desde luego, la única visita del compositor soviético al DF, en la que, después de visitar las pirámides, Carlos Prieto y Dimitri Shostakovich se encuentran en el Tenampa, en la Plaza Garibaldi. Habrán corrido varios tequilas para que el enemigo musical del régimen confesara que le hacia ilusión componer una ranchera. Me temo que, de haber compuesto esa pieza, habríamos coincidido con la despiadada crítica del camarada Stalin: “Este son no es música, es caos.”
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